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"Mi vecino Totoro", la inocencia perdida en el cine y en la realidad


La influencia de Disney ha invadido la infancia en todo occidente. Sus personajes, estereotipados príncipes valientes y honrados, y delicadas y hermosas princesas, llevan marcando a la sociedad desde hace generaciones. La consecuencia había sido una disgregación por causa de género, en las que las principales perjudicadas eran las niñas, que en ningún momento tenían al alcance heroínas a las que idolatrar que las independizaran del hombre.

El cine de Ghibli, en especial de Hayao Miyazaki, director de, entre otras, la película de la crítica, propone un vuelco revolucionario de la hegemonía de la factoría californiana. Miyazaki ya plasmó en su primera película, 'Nausicaa del Valle del Viento', que sus personajes femeninos no quedarían relegados a un plano de debilidad. Nausicaa es una princesa guerrera, luchadora, inteligente y quien lleva a cuestas su propia aventura.

Además de esto, también es el paradigma de otros dos rasgos indentificativos del director japonés: su respeto y admiración por la Naturaleza y por el elemento del Viento. Tres factores a los que, a través de una imaginación desbordante, recurrirá en mayor o menor medida en toda su producción posterior, dando a luz a magníficas obras como 'El castillo en el cielo', 'La princesa Mononoke', 'Porco Rosso', 'El viaje de Chihiro' o 'El castillo ambulante'.


Pero en 1988, año en el que su colega en la compañía Takahata dirigió 'La tumba de las luciérnagas', de un registro mucho más triste y frío, Miyazaki estrenó lo que parecía un alter ego de la misma, donde la idealización de los sentimientos humanos en su grado más puro y sincero dotaron su metraje de una inocencia y humanidad alentadora, como nunca antes se había tenido el placer de disfrutar en el cine: 'Mi vecino Totoro'.

Protagonizada por dos niñas, narra su traslado al campo con su padre, motivada por la enfermedad de su madre. Satsuki y Mei tienen la oportunidad de juguetear en la naturaleza, rodeadas de un padre atento y encantador, y de unos vecinos solidarios y trabajadores. La imaginación infantil se mezclará con la realidad cuando las chiquillas conozcan a un extraño espíritu del bosque: Totoro.

 El drama que salpica sus vidas será aliviado por la alegría y la ilusión que les empuja a conocer el nuevo mundo que les rodea, donde detrás de cada tronco de árbol o arbusto pueden encontrarse a un ser maravilloso que solo ellas pueden ver. Una versión muy diferente de la infancia actual, donde los niños viven en ciudades, rodeados de máquinas y contaminación, y muy pocas veces tendrán la oportunidad de disfrutar de la Naturaleza o de darle rienda suelta a la imaginación.


Los sentimientos que desprenden son tan cercanos que nos identificamos con ellas de múltiples maneras: como padres, como hermanos mayores... pero incluso como hermanos menores, fascinados por esa madurez que empieza a despertar en las jovencitas. La película posee una ingenuidad tan deliciosa que llega al corazón, que va más allá de su inicial inclinación infantil.

Y realmente me arrepiento de no haber podido disfrutar esta compañía de animación en mi infancia, más bien por la culpa de la alarmante sombra acaparadora de Disney. He perdido que la influencia benigna casi medicinal del cine de Miyazaki, de sus fantasías, sus preciosas bandas sonoras y sus magníficos dibujos hechos con la técnica de animación tradicional hayan penetrado en mi subconsciente, para poder haberme convertirdo, quizás, en una persona mejor.


Pero hoy, siendo ya adulto, me impaciento a la hora de ver una nueva película suya antes de dormir, porque sé que marcharé a la cama soñando con universos utópicos, llenos de encantos y de bondad; y me mantengo risueño, deseando que, ojalá, el mundo real pueda llegar a ser algún día así de perfecto.

Nota: 9/10

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